lunes, octubre 29, 2007

Vox Populi, Integrante: Magdalena Bosch, Curso: Martes de 14.30 a 16.30 hs


Se llamaba Jejo. Le decían Jejo. Le gritábamos Jeeejooo y nos escondíamos cuando como respuesta un cascotazo amenazaba con partirnos la cabeza. En cuclillas espiábamos tras los cercos. Cuando el hombre pasaba bamboleante comenzábamos un Jeejoo escalonado. Entonces de a uno huíamos del palo que hurgaba certero entre las matas o cruzaba el aire de la tarde.
Jejo era el loco del pueblo. Había nacido no sabíamos dónde. Estaba ahí. Desde siempre. Tenía un rancho en la loma, cerca de la laguna. Era terreno prohibido. Ninguno de nosotros se había podido acercar al lugar, sólo lo mirábamos de lejos, con curiosidad y miedo.
Dicen que cría ranas con vino.
No. Son anguilas.
Mi abuela dice que lleva las ranas en la gorra para que le enfríen los sesos.
¡Qué asqueroso!
Competíamos en gestos de vómitos, de estómago revuelto, de arcadas interminables. Todo esto lo comentábamos, como intentando despertar la curiosidad de los más chicos , pero ni un paso más para acercarnos al rancho.
Algunas madres nos repetían una y otra vez
Si Jejo les pega, ustedes tendrán la culpa.
Si lo buscan, lo van a encontrar, después no vengan llorando.
Me he burlado de mi prójimo - era uno de los pecados que semanalmente confesábamos - el cura no necesitaba más explicación. Seguramente sonreía tras la rejilla del confesonario.
Rezá dos padrenuestros y no lo hagás más – repetía - trazando una desganada cruz sobre nuestras cabezas.
El y nosotros sabíamos que el juego era atractivo por el escalofrío que nos producía.
Jejo recorría el pueblo. Todas las mañanas . Todas las calles. En algunas casas le daban comida o jabón.
A ver Jejo si algún día te lavás un poco. Él sonreía apenas y daba tímidamente las gracias.
A veces lo invitaban a entrar y le ofrecían un poco de agua y empezaban los pedidos más insólitos.
Jejo, ¿me podría amontonar estos ladrillos?
Jejo, ¿podría arreglarme los palos del gallinero? ¡mi marido está tan ocupado!...
Jejo ¿sabe si lloverá? – él miraba a lo lejos y respondía
Y sí, un día de éstos. La laguna está casi seca.
Jejo aceptaba lo que le daban. A veces, muy pocas, algo de plata.
Tome, Jejo, cómprese yerba. Ni se le ocurra comprarse vino.¿entendió?
Jejo iba y volvía. Conocía a todos en el pueblo. Hasta era educado.
Deja a las mujeres el lado de la pared - recalcaba mi abuela cuando nos oía gritarle.- pero ustedes son cada vez más maleducados y eso que uno les enseña.
Seguía haciendo calor. La sequía se devoraba el verde. Los grandes discutían cada vez más. Los chicos mirábamos. Mirábamos y escuchábamos. Mirábamos y aprendíamos. Las discusiones eran todas por política, comentábamos entre nosotros.
Fijáte vos, estos liguistas quieren seguir otros seis años, decía alguno de los enconados vecinos.
¡Ah, no! Acá en este pueblo, no.- le respondía otro indignado.
Se acabó, ya robaron bastante. Encima, con esta sequía, ¿otro impuesto? No, ni pienso pagar, le replicaba con aire de ofendido
Te parece que los unionistas son mejores? ¡Por favor! Acordáte la que nos hizo pasar el Turco. Sí, haré asfalta. ¿Vieron alguna vez el asfalta? –
Todos reían juntos, acordándose de las promesas desopilantes del Turco. Cada uno trataba de gritar más que el otro.
Y vos que defendés al Gallego, decime ¿dónde quedaba Jobson cuando él era intendente? Detrás de la casa del Gallego. Risa general. Risa repetida.
Sí , pero si venías desde el norte, detrás de la casa del Turco. Era la réplica conocida y esperada. Así en cada reunión, en cada esquina.
Ya estoy harto. En cada elección lo mismo. Escuchas todo el día: asfalto, agua, perforaciones, caminos, luz más barata. Y hasta aire puro, comentaba mi padre.
Los amigos se alejaban cada vez más enojados. Entre nosotros empezaban a deteriorarse las relaciones por las discusiones de los grandes. Un día el Tano se rió. Su gran panza se sacudía al compás de las carcajadas. En los ojos azules danzaba una pizca de picardía y maldad.
Miren yo voy a votarlo a Jejo. Por lo menos no va a robar y como no habla no prometerá nada.
Pocos días después, en una esquina apareció tímido un cartel:
JEJO NO ROBA. JEJO NO HABLA. JEJO NO PROMETE. JEJO, INTENDENTE.
Nos reímos mucho. Nos pareció una nueva forma de diversión.
Jejo ¿cuándo te bañás? Y el cascotazo zumbaba muy cerca.
Jejo, si sos intendente, no podrás tapar ranas con la gorra. Entonces ¿Cómo
te enfriarás los sesos?
Ese domingo, Jejo hizo, como siempre, su recorrido por el pueblo. No le gritamos. Sólo lo miramos boquiabiertos. Alguien le había cortado el pelo. Tenía un pantalón nuevo y una camisa extrañamente blanca.
La gente iba y venía en silencio. Algunos pudimos acompañar a nuestros padres a votar. La escuela parecía distinta. Había allí algo solemne y misterioso.
Todos se saludaban con cordialidad. Cuando apareció el Turco con su gran panza cruzada por una cadena, pude ver un codazo entre algunos que esperaban su turno.
Hasta luego. No se olvide Nos encontramos acá todos a las seis.
Era apenas un susurro repetido una y otra vez entre los votantes
Fuimos por encargo de nuestros padres de una casa otra.
Dice papá que a las seis en la plaza. del lado de la escuela.
La respuesta era la misma : Sí, por supuesto, gracias.
Y ahí estábamos todos.
Menos mal que está nublado, parece que por fin va a llover.
¡Cuánto tarda el escrutinio! Suspiraba una vieja medio aburrida
¿Qué es el escrutinio? Como respuesta recibíamos clases prácticas de civismo.
No pueden sumar mal, razonaba alguno con impaciencia .
No creo. Risitas. Codazos. Gestos con la cabeza. Miradas furtivas al reloj.
Hay poco que sumar.
Alguien se asomó a una ventana. Miró la plaza e hizo una seña. Todos miraron para atrás como buscando a alguien. Pero estábamos los mismos, sin embargo tuvimos la sensación de que algo distinto rompía el ritmo de lo previsible.
Negro, ¿quién ganó?, gritó alguien desde un costado.
Y, no sé. No puedo dar información, contestó el soldado que hacía guardia en la puerta.
Parece que pasa algo raro, dijo el gallego sofocado.
Una carcajada recorrió las hileras. La risa se encendía en cada mirada. Nosotros preguntábamos una y otra vez.
Calláte y esperá. Si estás aburrido volvéte a casa.
De pronto el silencio se apoderó de la plaza.
Fernández era el juez de Paz. Todos lo respetábamos. Con voz fuerte e irreconocible anunció:
Votación por unanimidad. O casi, respiró hondo, un voto para los unionistas. Otra respiración profunda. Un voto para los liguistas y todos los demás... el silencio se convirtió en interminable, …todos los demás dicen , dicen, ejemm: Jejo Intendente.
El cura levantó el brazo. Comenzaron a tocar las campanas como si fuera Pascua.

Magdalena Bosch
Junio de 2007

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